Un nuevo estudio sugiere que el uso de mascarillas podría estar reduciendo la gravedad del virus y creando inmunidad, al igual que hacen las vacunas.
El uso de mascarillas podría estar creando inmunidad a la COVID-19 de manera indirecta. También podrían favorecer el contagio de un menor número de personas, así como la aparición de síntomas más leves tras el contagio. Esta semana, la revista New England Journal of Medicine publicaba estas interesantes conclusiones.
La afirmación es sorprendente, pero la explicación es totalmente lógica. El SARS-CoV-2, el virus que provoca la COVID-19, tiene la capacidad de causar innumerables manifestaciones clínicas, que van desde la ausencia total de síntomas, hasta neumonía, síndrome de dificultad respiratoria aguda y muerte.
Los datos virológicos, epidemiológicos y ecológicos han demostrado que el uso de la mascarilla protege de la infección; pero además, en el caso de que esta se produzca, hace que los síntomas de la enfermedad resulten más leves. Esto es así porque uno de los factores que condiciona la gravedad de la enfermedad es la carga vírica recibida. Es decir, la cantidad de partículas víricas que producen el primer contagio.
En las infecciones víricas en las que las respuestas inmunitarias del hospedador desempeñan un papel predominante en la patogénesis vírica, como es el caso del SARS-CoV-2, las dosis altas de inóculo vírico pueden colapsar y desregular las defensas inmunitarias innatas, hecho que aumenta la gravedad de la enfermedad e incluso provoca la muerte.
Así pues, como el inóculo vírico es importante para determinar la gravedad de la infección por SARS-CoV-2, las mascarillas, al actuar como un filtro que reduce la carga vírica que llega a las vías respiratorias, atenuarían el impacto clínico posterior de la enfermedad, en caso de contagio.
De confirmarse dicho supuesto, el uso universal de mascarillas podría contribuir a aumentar la proporción de infecciones asintomáticas por SARS-CoV-2 o bien que la infección cursara con una sintomatología muy leve. A mediados de julio, se estimó que la tasa de infección asintomática con SARS-CoV-2 era del 40%. Sin embargo, ahora parece que las tasas de infección asintomática son superiores al 80%, en entornos con uso de mascarilla. Ello confirmaría esta hipótesis. Asimismo, los países que han adoptado el uso de la mascarilla en toda la población han reportado menores tasas de casos graves, hospitalizaciones y fallecimientos, hecho que sugiere un cambio de infecciones sintomáticas a asintomáticas.
Otros ejemplos
En un brote ocurrido en un crucero argentino cerrado, los pasajeros recibieron mascarillas quirúrgicas y el personal mascarillas de tipo N95. La tasa de infección asintomática fue del 81% (en comparación con el 20% en brotes anteriores en cruceros sin mascarillas). Además, en dos brotes recientes en plantas procesadoras de alimentos en Estados Unidos, donde todos los trabajadores recibieron mascarillas todos los días y se les pidió que las usaran, la proporción de infecciones asintomáticas fue del 95%, con solo un 5% de contagiados con sintomatología leve o moderada. Finalmente, las tasas de letalidad en países con mascarilla obligatoria en de toda la población se han mantenido bajas, incluso en aquellos que han sufrido la segunda ola.
Mientras esperamos los resultados de los ensayos con vacunas, las medidas de salud pública que puedan frenar las infecciones graves y hacer que la proporción de infecciones asintomáticas por SARS-CoV-2 sea mayor contribuirán a aumentar la inmunidad de toda la población, con un menor número de casos graves y muertes. Tras más de 8 meses de circulación en todo el mundo, la reinfección por SARS-CoV-2 parece ser poco común. Por consiguiente, es probable que esta inmunidad creada por asintomáticos o con síntomas leves acabe por tener el mismo efecto que la vacunación, hecho que constituye una gran noticia.
Al final parece que el uso de la mascarilla resultará mucho más importante que lo que parecía al inicio de la pandemia.
Fuente
Dr. Norberto Ortego Centeno