La opinión del doctor Enrique Raya Álvarez, Jefe de servicio de Reumatología, Hospital Universitario Clínico San Cecilio
La artritis reumatoide (AR) es una enfermedad autoinmune caracterizada por la inflamación crónica de las articulaciones sinoviales. Su fisiopatología se basa en una activación anómala de procesos normalmente implicados en las respuestas inmune e inflamatoria defensivas.
En España, la prevalencia estimada es del 0,5 por ciento de los adultos, siendo más frecuente en mujeres (mujeres 0,6 por ciento; hombres 0,2 por ciento) en una proporción aproximada de 3:1, constatándose una menor prevalencia en áreas rurales que en las urbanas. Su prevalencia mundial puede llegar al 1 por ciento, siendo mayor en el norte de Europa y en América.
Puede comenzar a cualquier edad, aunque su inicio es más frecuente entre los 40 y 60 años. La incidencia aumenta en familiares (2-3 veces). En fumadores, el riesgo de padecer AR aumenta 1,5-2 veces.
La enfermedad se asocia con una alta morbilidad (por ejemplo cardiovascular) e incluso mortalidad. Si no se trata de forma correcta, cerca de un tercio de los pacientes desarrollará una incapacidad laboral permanente en un período no superior a 3 años. La AR es la enfermedad musculoesquelética que produce el mayor grado de incapacidad. Su impacto se refleja en términos de disminución de la capacidad física o incapacidad, pérdida de calidad de vida y acortamiento de la supervivencia. La expectativa de vida puede verse reducida entre 3 y 7 años, y hasta 10 a 15 años en los pacientes con una enfermedad que afecte a muchas articulaciones y presente marcada actividad inflamatoria.
“La AR es la enfermedad musculoesquelética que produce el mayor grado de incapacidad”
La estrategia terapéutica en la AR ha cambiado significativamente en las últimas dos décadas. El daño articular y la incapacidad ocurren muy pronto en el curso de la enfermedad. Las estrategias actuales están diseñadas para controlar rápidamente la actividad de la enfermedad y evitar la progresión del daño. Estas estrategias terapéuticas se han visto enormemente revolucionadas y facilitadas por la introducción de los llamados “fármacos biológicos” y, más recientemente, por las denominadas “pequeñas moléculas”. Estas terapias han permitido, junto a las más clásicas, conseguir en un porcentaje muy importante la remisión de la enfermedad o, en su defecto, la baja actividad de la misma, algo impensable hasta hace pocos años.
Los anteriormente mencionados “fármacos biológicos” pueden administrarse, dependiendo de cada uno de ellos, por vía endovenosa o subcutánea, mientras que las más recientes “pequeñas moléculas” se administran por vía oral.
Podemos definir la adherencia a un tratamiento como el grado de conformidad con el que un paciente actúa de acuerdo a lo recomendado respecto al tiempo, la dosis y la frecuencia de administración prescritos. La mala adherencia a las terapias para las enfermedades crónicas (hipertensión arterial, enfermedades infecciosas, artritis reumatoide) es un problema muy importante. La mala adherencia compromete de forma muy importante la efectividad y la seguridad del tratamiento. La no adherencia a un tratamiento ha mostrado incrementar la mortalidad, los ingresos hospitalarios, la morbilidad y, desde el punto de vista económico, se asocia a un incremento importante del gasto.